La Salsa Vive

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jueves, 4 de junio de 2009

Aqui Esta El Sonajero de Grisbel Medina.

Mi amado viejo que está enterito, me lo dijo debajo de la mata de mango donde la visita se lo come bajitos. Era diciembre y sorbía un traguito de whisky etiqueta verde regalo del nuero de la capital.
Lo disfrutó a sabiendas de que su trago preferido es el Brugal, el de mallita, el whisky dominicano como le bautizó para siempre. Me contaba escandalizado la estrategia corrupta que edifica las grandes fortunas de ciertos turpenes en el país. Hablamos de propiedades, vehículos, concesiones multimillonarias en detrimento de la salud y el patrimonio del pueblo, así como de dinero en efectivo obligado a entregar sin el debido registro de la Tesorería Nacional.
El viejo, mi viejo, un roble fuerte que no ha dejado morir la ternura, fue sincero y franco como siempre. Perplejo e impotente ante la voracidad monetaria imperante, se preguntó, una y otra vez ¿para qué tanto dinero? El hambre de cuartos, el amor a los billetes (preferiblemente sin sudar) es el peor virus que se chupa la vergüenza nacional. Esa ambición por el poder que da el dinero, erige mansiones que siempre huelen bien aunque dentro de pocos otros y otras, en Gonzalo, Monte Plata y mas allá, tendrán polvillo en vez aire para respirar.
La sabiduría del viejo da para repartir. Pero él jamás cobraría por eso. Allí, debajo del tronco que da sombra y la amarillenta fruta de junio que en Baní se vende en cubitos, el viejo fue claro, ay si, me lo dijo. Dueño de una familia que respira en distintas camas, ese hombre, canuco, con el pecho plano y Miguel Ernesto, su hijo pichirulo, se lamentó: “Mi hija, si a mi me da trabajo juntar mi familia un domingo en este solarcito, que será esa gente que posee tanto y tiene muchos lugares donde estar”. Y tuvo razón.
Hoy, casi peleamos con la agenda y los compromisos para chupar la gloria de estar al lado de abuela Aida, ver a mami encachetada y caerle atrás a Isaquito para evitar que no se parta la boca al “jondearse”. Y pensar que cualquiera tiene una veintena de zapatos para un par de pies. Y yo, dos cajones de collares para un solo cuello con bocio incluído.

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